La Blanqueada: pulpería, arrabal y sur

FOTOTECA

Gauchos y compadritos, tango y futbol. La Blanqueada fue pura argentinidad a la mesa y tras su mostrador. ¡Pase y lea, nomás!

Que si entre gauchos no se pisan el poncho, entre tocayas no se pisan la historia. Y mucho menos, se disputan el protagonismo. Así es como la ausente y recordada Blanqueada del oeste nada tiene que ver con la también memorable Blanqueada del sur que hoy nos convoca. Más precisamente, esa que hizo de las suyas (y buenas) en el barrio de Pompeya. ¿Coordenadas? El cruce de avenida Sáenz y Barranal. Allí donde, concebida como pulpería, y tras destinos varios acabó por convertirse en pizzería emblema, hoy también desaparecida. Pero vamos por partes. Pues con tanta vida en su haber, la Blanqueada obliga a un paciente desande de su ayer.

Un alto en el camino

Todo errabundo que caminase iba a parar a la pulpería. Y la Blanqueada no fue la excepción: payadores, guitarristas, malevos y compadritos compusieron su crisol de parroquianos. Corría la segunda mitad del siglo XIX cuando a la avenida Sáenz se la conocía ya como la calle de Los Huesos… Y sí, pues era aquella el camino obligado para los troperos que, con sus cabezas de ganado, cruzaban el Riachuelo a la altura del Paso de Burgos, futuro Puente Alsina, rumbo al matadero de Parque Patricios. Por lo que la parada en busca de una caña o gaseosa estaba a la orden del día. Claro que, para entonces, La Blanqueada era mucho más que una tienda de despacho de bebidas, sino una fonda reconocida por aquellos lares. Aunque su denominación original haya sido la de “Cairo Almacén”, allá por 1802. Sí, sí. Previa Invasión Inglesa. Por lo que los muchachotes que cruzaron el mentado paso para tomar la ciudad también desfilaron por sus narices. Los inicios del siglo XX la encontraron convertida en chanchería, para luego retornar a su antiguo rubro: devenida en restaurante y pizzería, una vez más, con el nombre “La Blanqueada” en lo alto de la esquina.

De compadritos y malevos

Que mucha “París de Sudamérica”, sí, pero había un lugar de Buenos Aires en el que “era posible percibir la pampa”. Por eso es que Jorge Luis Borges llevó hasta las mesas de La Blanqueada a un escritor francés para que la sintiera él mismo. Y para muestra un botón. Pues si algo sintetiza los aires camperos de la zona y el “malevaje” que supieron caracterizarla es la historia del Tigre Millán, un faenador cuya insistencia con la mujer de un comisario acabó costándole la vida. Dicen que dicen, el Tigre se encontraba precisamente allí, en La Blanqueada, cuando un amigo se hace presente para advertirle que dos sicarios venían por él. Y aunque Millán salió a las corridas, fue asesinado a media cuadra de allí. Lo liquidaron con dos balazos mientras él desenfundaba su facón para dar pelea. Pobre Tigre que en una noche en Puente Alsina / dos cobardes lo mataron a traición. Versa Francisco Canaro en el tango que, en su honor, compuso en 1943. Y lo cierto es que el tango también tuvo su cita en la Blanqueada. Si por el lado de la payada, el negro Gabino Ezeiza le rindió honores con su presencia, Carlos Gardel hizo lo propio desde el 2×4. De hecho, era Pompeya zona de arrabal para aquel inicio del siglo XX, y, por tanto, barrio afecto al tango. Po cuanto La Blanqueada también fue de esos lugares en los que, pasada la medianoche, se le sacaba lustre a la pista.

De un grande a otra grande

¿Alguna otra pasión más se le podía pedir a la Blanqueada? Sí, la del fútbol. Y de la mano de un grande. ¿Y si le decimos que el 10 fue su fan número uno? Resulta que, antes de tomar el tren de regreso a casa luego de entrenar, un tal Diego Maradona se bajaba del 44 y, con sus compañeros, caminaba hasta la Blanqueada para hincarle el diente a dos porciones de muzza. Y porque los primeros amores nunca se olvidan, hasta llegó a decirle a los napolitanos, en el apogeo de su carrera, que ésa era la mejor pizza del mundo. ¿Qué si con tanta grandeza el destino de la Blanqueada no podía ser otro que la gloria cotidiana de sus vecinos? Bien merecido lo hubiera sido para ambos, pero la historia y sus reveces, los vaivenes de la economía y sus intereses, tenían otros planes menos felices. La Blanqueda cerró sus puertas en 2018. Incluso, a pesar de la resistencia y el pedido de sus vecinos a la Legislatura de Buenos Aires para que fuera declarada sitio histórico.

Como una proa, sobresaliente en la esquina que la vio nacer y vivir y resurgir, el recuerdo vivo de la Blanqueada navega aún en la memoria y la nostalgia de una Pompeya que la porta en su torrente.

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