Pasado de copas luce el palo borracho desde enero a mayo, cuando florece a rabiar engalanando las callecitas porteñas. Esas que para las que, la científicamente llamada ceiba speciosa, es mucho más qué un “qué se yo”. ¿Cosa seria y robusta en las veredas y plazas de Buenos Aires? Por qué no, contundente. Nunca desapercibida a los ojos y, a la vez, tan propia de nuestra diaria escenografía. Sí, como un buen amigo que siempre espera a la vuelta de la esquina. Por lo que en estas queridas líneas, vaya si debía tener su merecido lugar. ¡Palo borracho viejo y espinoso, nomás!
Pinchudo por fuera, sedoso por dentro
Palo borracho o árbol botella, para quienes procuren nombrarlo con algo más de recato. Pero lo cierto es que, sea cual fuere la alegría, la ceiba speciosa tiene con qué. ¿Retacona ella? Ni tanto, su altura va entre los diez y veinte metros de altura, cuando no supera los veinticinco. De hojas caducas, por cuanto la vemos a rama pelada buena parte del año, a falta de cabellera, esta doña no se priva de echar su afamada panza. Y es que, cual joroba de camello, allí es donde almacena agua para tiempos de sequía, adquiriendo la fisonomía de una especia de damajuana. Eso sí, pobre del que quiera empinarle el codo, pues las reservas del palo borracho son puro celo: tanto la corteza del tronco como las ramas está protegidas por espinas cónicas. Una suerte de aguijones de los que mejor no le contamos. Sin embargo, el palo borracho también es suavidad. Puro envase, como se dice, y de allí que también sea conocido árbol de lana. Vea usted, resulta que las semillas presentes en sus frutos, vainas con forma de huevo y textura leñosa, se encuentran rodeadas de una fibra algodonosa. De allí que, aún sin una densidad de aquellas (sólo 0,27 gamos por centímetro cúbico) y algo cortas para hilar, lo suavecito de su textura así como su flexibilidad la hacen buena para proteger embalajes, aislar térmica y acústicamente, u oficiar de pulpa de madera para producir papel. Pero allí no termina la cosa.
Como canoa en el agua
El hecho es que, oriundo del este Bolivia, sur de Brasil, norte de Paraguay y noreste de Argentina (Misiones, Corrientes, Chaco, Formosa y Santa Fe), el palo borracho ha sabido compartir sus bondades con los pobladores originarios de cada región que habita. De hecho la ceiba speciosa es una especie del género ceiba, nativa de las selvas tropicales y subtropicales de América. Sin ir más lejos, la ceiba pentandra, árbol originario de las selvas tropicales de Centroamérica, encierra el sí el por qué de la genérica denominación. Siendo “Ceiba” el nombre que los taínos (habitantes ancestrales de las islas Lucayas, Antillas Mayores y norte de Antillas Menores) le daban a los canoas construidas a partir de maderas blandas y livianas como la de la quien aquí nos convoca. De hecho, la madera del palo borracho tiene una densidad muy similar, acaso apenas superior, a la de la levísima madera balsa. Por lo que la flotación es lo suyo, sin mencionar su docilidad a la hora de ponerle manos y trabajarla. De allí que también sea óptima para la fabricación de toneles. Y a lo dicho de la fibra de los frutos se suma también la fibra obtenida de su corteza, con la que es posible fabricar sogas. ¿No le hemos dicho?, un amigo de aquellos.
De leyenda
Ahora bien, resuelto el por qué de “ceiba”, ¿a qué debemos el nombre de “speciosa”? A cuanto en latín refiere a lo bello y magnífico. Sí, de sus flores de cinco pétalos (de color rosado en el caso de la ceiba speciosa y de color blanco o amarillo en su prima hermana, la ceiba chodatii). Atractivas a los ojos, sí, pero también en su néctar para los colibríes y las mariposas monarca, quienes la polinizan. Así la historia, entre algodones, flores y espinas, además de su panzona apariencia, el palo borracho siempre ha estado a la orden de la leyenda. Como aquella que narra que sobre el origen del río Pilcomayo, naciente en Bolivia y cuyas aguas discurren también por Argentina y Paraguay; pero cuyo origen no habría sido otro que un palo borracho. Sí, uno solo. Aquel que, en el centro del mundo, contenía en su panza todas las aguas y todos los peces; hasta que un tajo certero en la barriga hizo que las vertiera sobre la tierra, dando origen al río.
Acaso mucho más que agua para su supervivencia, el palo borracho encierra una buena parte de nuestro vínculo con la naturaleza. De cuánto ha tenido y tiene para darnos. En la vereda, en la plaza, a la vuelta de la esquina… Su espectacular presencia nos recuerda, es ella esa Vida en mayúsculas que tanto debemos resguardar. Compartiendo éstas líneas con usted, ¡pues a verde borrachera lo invitamos a brindar!