Viejo y querido San Telmo, barrio reo y aristócrata. Aquel que se calzó la pilcha de aldea y de arrabal, que vio erigir conventos y conventillos, que meció los sueños de una nación y los de aquellas miles de almas foráneas que echaran raíces en su suelo. Viejo y querido San Telmo, conocedor de agitadas revoluciones y acérrimas defensas, de luces y ocasos, de distinciones y de pestes, de progresos y abandonos…Viejo y querido San Telmo, bohemia alma porteña, corazón de Buenos Aires, pedazo de historia viva, inoxidable, inabarcable; mía, suya, de todos. Sí, señores. San Telmo es “cosa de todos”, San Telmo es República.
Un largo trajinar
Bajo el nombre de Hornos y Barrancas de San Pedro, su silueta fue registrada en el plano urbano de 1708. Lejos en el tiempo, sí. Y, para entonces, bien lejos de la Plaza Mayor; alrededor de 1500 metros de distancia que excedían toda métrica. Curtido pos zanjones y arroyos, San Telmo no era un destino fácil. Siguiendo la huella del Camino Real, aquella incipiente calle Defensa, las aguas del tercero del sur aguardaban con bravura. Y el Alto de San Pedro, ese arrabal entre el puerto y la plaza, era tránsito de aventureros. Aquellos que encontraban su reparo en la actual Plaza Dorrego. Terreno que dio respiro a más de una carreta en su ajetreado periplo de ida y vuelta, que dio albergue al primitivo mercado de San Telmo y que atestiguó fervorosos gritos de libertad tras la anhelada independencia nacional. Patriotas y chisperos habían lo propio allí, en la meseta del sur, en las inmediaciones de la cada vez menos lejana Plaza Mayor. La Defensa y la Revolución -así, con mayúsculas- habían estado a la orden del día, con las voces de sus estandartes siempre al pie de cañón. Con la espada, con la pluma y la palabra. Esteban de Luca, Domingo French, Esteban Echeverría… ¡cuántos viejos conocidos! Sus residencias, aunque aggiornadas a la actual impronta barrial, aún dicen presente. Mudos testigos de la destacada población que supo echar raíces en un barrio donde no faltó el candombe ni la payada. Y tampoco habría de hacerlo el tango. Pero ello debía esperar aún. Para entonces, sólo resonaban las guitarras del payador de turno, el chin-chin de los vasos robadores, el alboroto de las trifulcas, las riñas de gallo, los juegos de cartas y tabas. Comerciantes, marineros, soldados… todos esperaban su vuelta de ginebra de la mano del pulpero. ¡Si el solar de La Paloma hablara! El pasaje Giuffra fue testigo de cuanto mazorquero escapaba del cuartel de la calle Chacabuco para trasnochar en la vieja pulpería. Descanso y recreo para los máximos custodios del “régimen rosista”, cuyo inmaculado caudillo, Juan Manuel de Rosas, hasta supo de candombes entonados en su nombre. Sí, los esclavos ya eran libertos, y sus vidas se acoplaron a las de una barriada que continuaba creciendo en dirección oeste. El puntapié lo había dado la hazañosa resistencia criolla frente la Invasión Inglesa, a quien sobrevino la creación de la parroquia de San Pedro Telmo y el consiguiente crecimiento de la zona. Esa en la que comenzaban a registrarse las primeras casas con paredes de ladrillos y techos de teja, compuestas por una sola planta. Bienvenido fue el tranvía para dar una manito a tal expansión; y menudo fue trabajo el de los cuarteadores, quienes ascendían el transporte por la barranca de San Pedro a puro sudor. Hasta que la electricidad se apiadó de estos buenos hombres, y San Telmo abrió sus puertas a las dos principales líneas de tranvía eléctrico. Los años 60 echarían por tierra el cable, y este medio de locomoción habría de perderse en la nostalgia y el olvido.
¡Habemus República!
Sólo que cuando ello ocurría, cuando vasta historia había ya desfilado por los adoquines, una nueva gesta dio que hablar en el barrio del sur, en el barrio del alto. Más precisamente, entre las cuatro paredes de una sobreviviente: en la calle Balcarce al 959, con su techo de paja brava y su mostrador enrejado, la Pulpería Los Troncos fue testigo del nacimiento de una República. Y como si de la propia Argentina se tratara, su historia comenzó a escribirse un 9 de Julio; pero de 1960. A 150 años de la Revolución de Mayo, y evocando los valores de quienes encendieran su mecha, un par de parroquianos protagoniza una nueva revolución, una revolución de espíritu. Y así, con la justicia, el amor y la libertad como principales estandartes, funda la República de San Telmo. La República de un barrio que es, acaso, un pedazo de Patria, un compendio de historia nacional, un álbum de nobles figuras cuyos nombres, lejos de descansar en el ayer, sobrevuelan la memoria colectiva con su ejemplo de lucha, sacrificio y fraternidad. ¿Qué mejor, entonces, que agitar dichas banderas? Pues bien, esta singular República se encarga de defender y celar los honores y prestigios cosechados bajo el flameo de tales insignias; además de procurar por buenos nuevos. Murales, placas, actos públicos y trabajos de investigación son algunas de sus gestiones; incluyendo la creación de un escudo barrial. ¡Si hasta se ha despachado con una Constitución! Además de contar con los debidos cargos de presidente y vicepresidente. El doctor Costantino Veljanovich y don Ramón Otero han sido, respectivamente, los primeros en ocupar dichos cargos. Y no olvidaremos de mencionar a los padres de la criatura, sus creadores: don Manuel Rosendo Fernández y el General Alberto Marini. Junto a ellos, una extensa fila de colaboradores, incluyendo a don Enrique Frigerio, ¡el pulpero de Los Troncos!
San Telmo, cosa de todos
“Uno se va dando cuenta que elige el barrio. No me obligaron a venir a vivir acá, sino que lo elegí. Sus características notables hacen que San Telmo sea un barrio y también una República”. Menuda palabras las de Manuel Enrique Fernández, último presidente de la República, ya fallecido en marzo del 2015. ¿A qué características notables refería Quique? A cuentas de los hechos narrados, del largo trajinar de la historia por estos pagos, San Telmo es un muestrario de tanto cuanto ha vivido a nuestro país, nuestra República Argentina. Y no sólo ello; sino que en su seno es que se han desarrollado las principales gestas nacionales. ¿No fueron los criollos que defendieran la ciudad del avance inglés quienes comenzaran, con dicha Reconquista, a esbozar una idea de soberanía? ¿No fueron los patriotas que protagonizaran la Revolución de Mayo quienes sembraran la semilla del republicanismo? ¿No fueron los cientos de gringos, tanos y españoles -entre otros tantos inmigrantes- que repoblaran San Telmo quienes alimentaron, en gran medida, el crisol de razas que signó a nuestro país? ¿No han sido ellos, y hasta los resabios candomberos de los negros, quienes hicieron de San Telmo la cuna de nuestro tango? ¡Cuántas evocaciones nos regalan las callecitas del viejo alto del sur! Cuantas huellas aún perceptibles en su arquitectura, en sus museos, en sus anticuarios, en sus galerías de arte, en sus bares notables…En todos esos sitios que lo revelan como un reflejo nacional, como una especie de mini-Argentina, de Patria Chica. Porque San Telmo es un poco de todo, es cosa de todos. Porque San Telmo es República.