Se las ingenió para cruzar el Atlántico y no morir en el intento. Y vaya si ha sobrevivido. Es que, lejos de perderse en el camino, esta signorina de las sobremesas ancló en suelo porteño para reinventar su esencia y escribir su propia carta de ciudadanía. Enseguidita se acopló a los paladares nacionales y hasta hizo buenos migas con tres viejos conocidos: deambulando por las agitadas noches porteñas, la pizza y la fainá supieron ahogar su sed en las dulces aguas del moscato; y nuestra protagonista fue más que bienvenida a aquellas mágicas veladas. Por cierto, bien dispuesta a coronar las sabrosas comilonas que sus coterráneos supieron componer. Es que la sopa inglesa nada entiende de calditos y pucheros. Lo suyo es la crema y el dulce de leche. Al menos, desde su arribo a estos pagos nacionales. Pues cuando aún no había cruzado las fronteras de la bella Italia, la historia era bien distinta.
Otra cosa mariposa
Cual digna receta de la nonna, la sopa inglesa (o zuppa inglese) supo ser habitué de las cocinas italianas por generaciones y generaciones. Apilando sabor, este consistente postre a base de bizcochuelo contó con generosas cantidades de crema pastelera y crema de leche, siempre acompañadas por frutos rojos y desbordantes por entre cada capa de esponjosa masa dulce. Aquella que, lejos de sequedad alguna, bañaba su superficie con marsala o rhum -también conocido como ron-. ¿Qué tal? Cuadradita y chiquitina, cada porción de sopa inglesa era una verdadera bomba. Y un inmejorable modo de aprovechar las sobras de pasteles elaborados en aquellos remotos años. Es que la sopa inglesa tiene larga data: floreció en suelo italiano allá por el siglo XIX; pero su origen nos remonta a la Inglaterra del siglo XVI, a la llamada época isabelina (a raíz del reinado de Isabel I). En aquel entonces, allí tenía alta vigencia el famoso trifle: postre elaborado a partir de la superposición de masa de bizcocho, crema y frutas. Así que inspirándose en esta preparación fue que los tanos apodaron de “inglesa” a su propia receta. Ahora bien, tratándose de un plato dulce… ¿por qué la ha sido llamado sopa? El menjunje semántico se originó a partir de la misma elaboración: la voz italiana inzuppare significa “embeber” o “remojar”; y como el bizcochuelo que compone el postre se moja en alcohol, pues allí surge el término zuppa, que significa “sopa”. ¡Qué lío!
Con acento nacional
¿Cómo no habría de existir entonces una sopa inglesa en versión argenta? Tras haber cruzado el charco de la mano de los inmigrantes, cambió el rhum por el moscato -de allí que frecuentara, y aún hoy, las pizzerías porteñas- y la europea crema pastelera por el nacional y popular dulce de leche. Aunque, a decir verdad, admite tantas versiones como la imaginación lo disponga. Desde aquí, le compartimos la típica receta de sopa inglesa argentina; aquella que, tan simple como sabrosa, ha sabido endulzar las noches de la bohemia y la farándula porteña; y hasta los mediodías de más de un agitado transeúnte.
Sopa argenta
Para el bizcochuelo
- Huevos (10)
- Azúcar (400 gramos)
- Harina (400 gramos)
Para el relleno
- Dulce de leche (500 gramos)
- Crema de leche (500 centímetros cúbicos)
- Azúcar (100 gramos)
- Esencia de vainilla a gusto
- Vino moscato a gusto
El primer paso es la preparación del bizcochuelo (porque si la hacemos, la hacemos completa: con bizcochuelo casero y todo). Para ello, bata los huevos con azúcar a punto letra -es decir, hasta que pueda alzar la emulsión con un tenedor y formar letras en la superficie-. Luego, incorpore la harina tamizada con movimientos envolventes, sin que quede grumo alguno. Vuelque el contenido en un molde rectangular -y de, al menos, 30cm de alto-, previamente enmantecado y forrado con papel manteca. Lleve a horno moderado y cocine durante 30 minutos o hasta que el bizcochuelo se desprenda de los bordes. Retire, deje enfriar y desmolde.
Aproveche el tiempo de cocción para preparar la crema: mezcle en un bol la crema de leche, la esencia de vainilla y el azúcar hasta que ésta se disuelva. Luego, comience a batir enérgicamente o de paso a la buena de la batidora. ¿Hasta cuándo? Hasta que la textura sea firme y se formen picos de sólo levantar el artefacto o el batidor manual. Lleve a la heladera y deje que tome frío.
Ya enfrió el bizcochuelo? Realícele de cortes transversales de modo tal que queden tres capas. Moje la primera con moscato y coloque el dulce de leche. Apoye con delicadeza la segunda capa, moje con moscato nuevamente y coloque la crema. Corone con la última capa de masa y cubra una vez más de crema. Si el bizcochuelo no se hubiera elevado lo suficiente, puede realizarle un solo corte y rellenar únicamente con dulce de leche; dejando la crema sólo para la cobertura.
¿Y el remate? Puede optar por cacao en polvo, chocolate rallado, alguna brillante cerecita… Como dirían los italianos, ¡a gusto e piacere! Porque si de algo conoce esta receta, es de placeres: el de saborear un rico postre… y el de compartir lo mejor de lo nuestro, junto a los nuestros. Esa linda costumbre tan argentina.